LA TORMENTA PSICOLÓGICA DEL CORREDOR POPULAR

En la primera entrada del blog comentábamos que el correr es una actividad que ayuda a tener una vida más saludable, aumentando nuestra sensación de bienestar físico y psicológico. Sin embargo, esta premisa no siempre se cumple, al menos en mí.

En este sentido, me gustaría reflexionar con vosotros sobre circunstancias y hechos que son una tónica dominante en el mundo que rodea el correr popular y sobre el impacto que supone en nuestro día a día, tanto en entrenamientos como en competiciones.

En los últimos años, tal vez favorecido por un sistema de medios de comunicación muy activo, los corredores sufrimos una auténtica avalancha de información que nos acaba condicionando y que nos hace entrar en lo que podíamos llamar la tormenta psicológica del corredor popular. Qué quiere decir esto y dónde nos lleva, en último extremo, es lo que me gustaría abordar en esta entrada.


Es un hecho que el deporte del atletismo popular, que era minoritario prácticamente hasta los años 80, ha ido creciendo hasta romper estadísticas, situándose en la actualidad como un auténtico fenómeno social en el que están involucrados millones de corredores que sustentan una gran industria de productos y servicios. Es indiscutible que los medios de comunicación y el marketing generalizado han tenido una incidencia capital en que este fenómeno de practicar la carrera a pie esté en continua ebullición. Todo ese trasiego de información baraja cualquier posible objeto relacionado con este deporte, ya sea sobre la carrera, el corredor, las zapatillas en todas sus especialidades, pisada, equipo técnico, frases técnicas, terrenos técnicos, movimientos técnicos, y así un largo y heterogéneo etcétera. Precisamente por abarcar campos tan dispares solo haremos referencia al que, sin duda, afecta a lo que debería ser una prioridad para cualquier corredor aficionado: el qué lo mueve.


Al correr aplicamos nuestra conciencia, conocimientos, experiencia, sensaciones y percepciones, todo ello gestionado por nuestra mente, que es muy efectiva cuando utilizamos el pensamiento práctico, el de andar por casa, con el que desarrollamos la mayor parte de actividades ordinarias y todo lo necesario para adecuarnos a cualquier medio de vida.

Los conocimientos y las experiencias son efectivos en estas circunstancias, pero no siempre nos regimos por esa actividad de pensamiento práctico y efectivo, sino que es muy común que interfiera el pensamiento psicológico. Este último nos hace entrar en un círculo vicioso en el que la persona que piensa proyecta y cree vivir imágenes que en la mayoría de los casos nunca se darán. El que actúa entonces no es la persona, sino su ego.

En este contexto y centrándonos en el correr, somos receptores de informaciones recurrentes, y asumimos ideas, frases e imágenes recibidas como realidades. Lo hacemos a través de un proceso psicológico que proyecta al futuro deseos que raramente se harán presentes y nos instalamos mentalmente en un estado psicológico de autosugestión que nos mantiene bloqueados. Se trata de un estado de autoengaño reforzado por la motivación que viene del pensamiento de otros y, por lo tanto, ajena, que se adereza normalmente con palabras como voluntad, esfuerzo, dolor, placer, dureza, límite, tenacidad, etcétera, y verbos excitantes como conseguir, llegar, tener, ser, querer o poder. Si algo tienen en común es que, por sus connotaciones, llegan al ego de forma inmediata. En este sentido, no es difícil toparse por doquier, como si fuera una muletilla, con una especie de literatura de «corta y pega» vacía de contenido y carente de desarrollo. Nuestro ego vuela entonces a través de la imaginación por los caminos que marcan estas frases y etiquetas que los medios sutilmente nos marcan.


Entrenamos y competimos con nuestro cuerpo, ejercitamos nuestros músculos y articulaciones y, sin embargo, nuestra mente parece que la llevamos prestada o llena de contenidos escritos o pensados por otros. Es como si no fuéramos capaces de gestionar nuestro propio pensamiento por considerarnos mentalmente débiles. Si corremos para mantener nuestro cuerpo y mente sanos, ¿por qué no corremos con nuestra propia psicología, y no a través de un registro, un archivo o una mente mecanizada con motivación ajena?

Debemos preguntarnos dónde está entonces la conexión mente cuerpo, de la que muchos hablan y los menos conocen en profundidad, pues todo esto crea caos y confusión, ruido psicológico que acaba arraigándose como comportamiento, y nuestra creatividad desaparece, aumenta la dependencia y se potencia la inseguridad. Nuestra manera de pensar y correr se vuelve así mecánica y repetitiva, que se traduce en una práctica del correr superficial, sin entrar en su desarrollo y en su esencia.


Por esta tormenta psicológica, a veces los corredores populares actuamos de un modo irresponsable. Personalmente, he participado en entrenamientos y pruebas en las que he observado en mí, y en otros, comportamientos que en nada nos benefician ni en lo individual ni en lo colectivo.

Una buena lógica de mentalización, o si queremos llamarle motivación, debería bien acompañarse por argumentos y un desarrollo de contenido que permitiera su análisis y evaluación, o bien tomarse con una actitud responsable y crítica, con medida.

Posiblemente, la mejor motivación venga de nosotros mismos a través de una lógica de razonamiento. En ocasiones buscamos cosas fuera sin saber que las tenemos dentro.

¿Qué está pasando en las carreras populares y en nuestros entrenamientos? Que estamos trabajando con procesos de pensamiento que hacen que nos sintamos y que actuemos con mentalidad casi de corredores profesionales. Pagamos un dorsal y nos transformamos, nos sometemos a autoexamen ese día tratando de sacar la máxima nota a cualquier precio. La prueba o carrera no es un fin para divertirse o disfrutar con los amigos, todo lo contrario. La convertimos en un acto con el que queremos demostrar a los demás y a nuestro propio ego que somos importantes, que nuestros entrenamientos son los mejores. Si conseguimos nuestro propósito, a los pocos segundos el placer se desvanece porque ya estamos pensando en conseguir más la próxima vez; si, por el contrario, no se cumplen nuestras perspectivas, nos sentimos frustrados y fracasados. Un acto natural y noble como el correr se convierte en una actividad que puede acabar convirtiéndose lesiva para nuestro cuerpo y nuestra mente.

Por no hablar del tema de las lesiones, voy a tratar el tema desde otra perspectiva igualmente seria. He presenciado en carreras populares, muy de cerca y recientemente, situaciones que hace unos años eran impensables: personas corriendo hasta sus límites fisiológicos, al límite de sus posibilidades, he visto cómo algunas se desvanecen hasta caer al suelo sin sentido.

¿Qué está pasando? La escena ya típica en estos últimos años es la del corredor no profesional que bien durante el recorrido o ya próximo a la meta se derrumba, entonces los compañeros rápidamente le animan a que prosiga o a que entre en meta sea como sea. A veces casi le obligamos a que se incorpore sin valorar su estado, sin saber si tiene un problema cardiovascular, si es diabético, si está pasando por un síncope, si tiene hipotermia, si está deshidratado… ¿Es a veces esa tormenta psicológica que sufrimos la que nos impide invitar a estar personas a no seguir o llamar a los servicios médicos, que sería lo más humano y razonable?

Esto ocurre en una etapa en la que se está potenciando demasiado la competencia a nivel personal y a nivel colectivo. La oferta de carreras populares es más que notable y en muchas se ha aumentado la dureza, mientras que los periodos de adaptación de los corredores que se inician en muchos casos son insuficientes para hacer frente a estos retos. Es muy común ver cómo corredores con menos de dos años y hasta de uno de experiencia en carreras de fondo se aventuran en pruebas de maratón y de ultra fondo. En este sentido, la falta de experiencia hace que no se tenga en cuenta datos importantes, como podría ser, por ejemplo, que las pruebas de maratón, que hasta hace unos años se celebraban en circuitos urbanos de asfalto y con escasos desniveles, han ampliado  su oferta con recorridos que no se parecen en nada a los tradicionales, desarrollando trazados de importantes desniveles para una prueba de este calibre. En estos casos hay que ser muy consciente de los retos a los que nos enfrentamos.


La preparación para este tipo de pruebas en lo que se refiere a su planificación y desarrollo no es la más adecuada en un gran porcentaje de corredores populares. La valoración del estado inicial de forma del corredor al comienzo de un plan específico es imprescindible para afrontar una prueba del tal envergadura. A partir de ese momento, los planes de entrenamiento deberían ajustarse personalmente en relación con el perfil de cada corredor, pues los planes genéricos raramente darán un resultado adecuado; el control y seguimiento del plan, así como los controles periódicos, son necesarios para ir haciendo los ajustes individuales necesarios. Pero no hay que olvidar que es fundamental aplicarlos con lógica y criterio propio, tanto en la preparación como en la carrera, pues al fin y al cabo solo cada uno es consciente de sí mismo y de su estado.

He querido reflexionar personalmente sobre esto que llamo tormenta psicológica del corredor popular porque quizá tenga más trascendencia de la que somos conscientes, y espero que entre todos evitemos esos malos momentos que no deberían verse en ninguna prueba. 

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